UNA VISITA A LA ESPAÑA EN RUINAS
Llueve de manera inclemente sobre España, hasta convertir casi todo el país en una inmensa laguna que recorro apresuradamente de sur a norte, dirigiéndome hacia el centro peninsular en busca de esas exposiciones que, lamentablemente, nunca llegan hasta los que vivimos en provincias. A unos kilómetros de la carretera por la que viajo alcanzo a ver recortada en el horizonte la silueta del imponente castillo de Belvís de Monroy (Cáceres), enclavado en la comarca del Campo Arañuelo. Me prometo visitarlo a mi regreso, haciendo caso omiso del mal tiempo que no nos abandona.
Así lo hago tres días después: llego a una pequeña población en la que, según el INE, no moran más que 670 habitantes, cuyas viviendas se arraciman a los pies del castillo. Me parece regresar de nuevo a esa España profunda de la que nuestros políticos suelen afirmar interesadamente que ya hemos dejado atrás. Pero no es del todo así y la existencia de una pequeña oficina de turismo no me convence de lo contrario, pese a que me atienden, me dan un plano, me avisan de los riesgos que puedo correr... si entro en el castillo y me advierten que si deseo yantar en el pueblo... debo avisar previamente al Hogar del Pensionista, pues no hay otro sitio donde poder comer.
Con cierta desazón me dirijo hacia el castillo mientras lo de esa España profunda no se me va de la cabeza. Y no lo digo con desprecio hacia estas gentes que aquí habitan, sino hacia quienes toleran, en la comodidad de sus poltronas y coches oficiales, que una joya como la que parece ser este edificio se encuentre en el lamentable estado que ahora empiezo a contemplar, como me ha pasado en tantos otros lugares del país. Ya en la entrada me aguarda una única información municipal: "castillo en ruinas". Y ruinas son las piedras que tengo a la vista. Y, como siempre, se provoca en mi un doble sentimiento de nostalgia y de enfado. Sé que este castillo es propiedad particular y comprendo que no puede exigírsele a un Ayuntamiento de tan escasa población que corra a cargo de la recuperación y rehabilitación del edificio. Pero, más arriba, las autoridades autonómicas y estatales algo deberían hacer al respecto.
Mientras llueve y sopla con fuerza el viento, recorro en soledad estos muros, trepo por inestables escaleras y alcanzo a auparme hasta la imponente torre del homenaje que remata la silueta del castillo y desde la cual puedo divisar las trazas de una población cuyas gentes ya se disponen a almorzar, refugiados en sus casas a salvo del mal tiempo mientras yo, en cambio, recorro un edificio que en algún momento trató de conjugar las funciones militares que lo originaron con otras más cultas, allá por el Renacimiento, cuando fue tratado más como residencia palaciega que como conjunto defensivo, funcionalidad entonces poco necesaria.
Mi mirada va de los recios arcos apuntados que los saqueadores no han podido arrancar a los restos de algunos matacanes, de las saeteras dispuestas aquí y allá a la singularidad de una torre almenada de planta triangular; de las atrayentes escaleras que conducen al vacío a los paramentos levantados con sillares. Ahora sale el sol por un momento y puedo recrearme contemplando los escasos motivos decorativos in situ, algún arco en cortina o las fábricas en ladrillo o tapial e imaginar, al mismo tiempo, cómo serían las duras vidas de quienes aquí habitaron.
Esta Web extremeña dedica un apartado específico al interesante y desolado castillo de Belvís, con abundante información y un plano. Más datos en castillos.net en esta otra página, con buenas fotos.
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