Rabu, 06 Januari 2010

ARQUITECTURA MOZÁRABE

| Rabu, 06 Januari 2010 | 0 komentar

LA IGLESIA DE SAN CEBRIÁN DE MAZOTE

En primera instancia, definir el arte mozárabe parece bien sencillo. Englobaría cualquier tipo de manifestación artística realizada por miembros de esa minoría étnico-religiosa, la de los cristianos que se mantuvieron fieles a su religión en los territorios del Al-Andalus islámico. Sin embargo, no debemos olvidar que muchos de aquellos mozárabes acabaron por abandonar las tierras de la España musulmana, sobre todo a partir de fines del siglo IX, obligados por diversas circunstancias, ya fueran de índole religiosa o económica (fenómenos de intolerancia mutua, episodios de profunda crisis de subsistencias, etc.). Fue así como muchas comunidades mozárabes acabaron instalándose en distintas zonas del valle del Duero, hacia donde tendía a expandirse el cristiano reino astur-leonés mediante sucesivos procesos de repoblación. Precisamente por ello, algunos autores prefieren emplear el concepto de "arte de repoblación" para referirse a lo mozárabe, mientras que otros lo caracterizan como "arte de frontera", no faltando quienes mantienen la denominación más genérica de "arte prerrománico".
Recapitulo todas estas ideas mientras me desvío de mi ruta para dirigirme a la pequeña villa de San Cebrián de Mazote, al oeste de la provincia de Valladolid, donde se ha conservado (¡milagros de la Historia!) el templo de mayores dimensiones de toda la arquitectura mozárabe, la iglesia de San Cipriano. Un edificio de planta basilical dividido en tres naves mediante columnas cuyos capiteles sostienen arcos de herradura. Un documento conservado en la Biblioteca Nacional da cuenta de cómo en este lugar existía, ya en el año 916, una comunidad monacal cuyos miembros, probablemente, habían abandonado Córdoba, tal vez huyendo de la gran crisis económica que en aquellas fechas asoló Al-Andalus.
Como no se explica la existencia de una comunidad religiosa sin la preceptiva presencia de un templo, cabe pensar que fueron estos monjes cordobeses del primero cuarto del siglo X quienes levantaron esta iglesia de generosas dimensiones: 30 metros de largo por 16 de ancho en el transepto. Aunque el templo posee sendas puertas a ambos extremos del crucero, accedo a él por otra entrada lateral abierta en los pies, con lo que tengo ante mi, de un solo golpe de vista, todo el conjunto arquitectónico. No hay nadie en la iglesia, así que puedo recorrerla sin prisas, avanzando lentamente hacia su cabecera, mientras me voy sorprendiendo una y otra vez de las soluciones arquitectónicas empleadas, que muestran a las claras las diversas influencias recibidas por estos monjes venidos del sur. Hay aquí huellas de la arquitectura visigótica (y de sus precedentes romanos), de la propia del prerrománico asturiano y, obviamente, de la islámica cordobesa; pero todo se funde de manera armoniosa y proporciona al edificio una elevada singularidad.
La misma planta del templo es del máximo interés. Las tres naves de la basílica se abren a un transepto que remata sus extremos en semicículo y, más allá, se dispone una cabecera triconque (símbolo evidente de la idea de la Trinidad) cerrada al exterior con testeros planos, mientras que la capilla central muestra al interior forma absidada. Frente a ella, en el otro extremo de la iglesia, a los pies, se ha dispuesto un contraábside de grandes dimensiones, también de testero plano por su cara externa, que se asocia a usos funerarios. Una solución para la que se encuentran algunos, pocos, precedentes en la arquitectura hispánica y en la norteafricana.

Igualmente me sorprendo si dirijo mi vista hacia lo alto. En cada lado de la nave central, sobre los arcos de herradura, una fila de cuatro ventanas abocinadas proporciona luz al interior, elevando la cubierta hasta once metros del suelo. Esta techumbre se resuelve con una artesa de madera a dos aguas, mientras que es a una  sola en las laterales, con seis metros del altura. Sin embargo, se ha recurrido a soluciones abovedadas en los restantes espacios: bóvedas de aristas en las capillas laterales de la cabecera y gallonadas en la capilla central y en los extremos de la nave del crucero, sistema también empleado en la restauración del cimborrio.

Todo en esta iglesia resulta sorprendente y atractivo. Su gran antigüedad y su excelente estado de conservación; esos arcos que recuerdan (hasta en el tratamiento de las dovelas) a los que encontramos en la Córdoba musulmana; la cuidadosa labra de los capiteles; la presencia de algunos fustes sogeados; el armonioso ritmo de las arquerías de herradura. Incluso es de agradecer la escasez de obras artísticas de época posterior que pudieran distraer al visitante de la belleza del contenedor arquitectónico. Hallé no obstante, en una hornacina lateral, una pequeña piedad gótica policromada, obra anónima del siglo XV que me pareció particularmente interesante. Debo reconocer que me costó  trabajo salir de esta iglesia en cuyo interior se respiraba un verdadero ambiente de silencio, sosiego y paz. Probablemente la misma paz que buscaban esos monjes que la levantaron, mampuesto a mampuesto y sillar a sillar, hace ahora casi mil años.

En esta página sobre arte prerrománico hay una excelente y completa ficha sobre la iglesia de San Cipriano (o San Cebrián, que es lo mismo) de Mazote. Un breve texto y algunas fotos están también disponibles en esta otra Web. Finalmente, tal vez os resulte interesante y curioso leer (en PDF) el informe redactado por Lampérez en 1916, en el que solicitaba la declaración del templo como monumento nacional, bien merecida.

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