Sucede con cierta frecuencia en la Historia del Arte cómo un autor de esos que llamamos de segunda fila produce una obra específica que pasa a ser recordada a través del tiempo, bien sea por los valores intrínsecos que posee (por ejemplo, su calidad sobresaliente en el conjunto de la obra del artista), o bien por el tema del que trate. Quizás algo de ambas cosas pueda decirse de este cuadro tan familiar a quienes, además de Arte, tratamos también de explicar (y de explicarnos) la azarosa historia de España. Del cuadro quizás sea necesario rescatar su título completo, porque incluso aquí arriba lo hemos apocopado: "fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga". En cambio su autor es, con certeza, menos conocido. Se trata de Antonio Gisbert (1835-1902), un destacado miembro de ese grupo de artistas que cultivó en nuestro país, en los últimos decenios del siglo XIX, el género de la pintura de historia, siguiendo una tradición que tiene a su más destacado representante a Francisco de Goya y sus lienzos y grabados sobre la Guerra de la Independencia.

El tema de este cuadro de gran formato (6 x 3,9 metros) y pintado al óleo sobre lienzo en 1888 es también bastante conocido. Narra unos hechos acaecidos a finales de 1831, cuando reinaba Fernando VII, probablemente el más nefasto de los numerosos reyes españoles acreedores de ese calificativo. El rey había liquidado en 1823 el Trienio Liberal y gobernaba casi a su antojo el país, atravesando ese periodo que en la escuela nos enseñaron a calificar acertadamente como "ominosa década absolutista". Fueron numerosos los intentos de los liberales de acabar con esta situación. De uno de ellos se ocupa nuestro cuadro. A finales de 1831 el general Torrijos, que llevaba ya algunos meses en Gibraltar tratando de organizar un pronunciamiento contra el monarca, desembarca en las costas de Málaga, acompañado de un grupo de seguidores. Víctima de una traición, está siendo ya vigilado y perseguido por los absolutistas, quienes acabarán deteniendo a todo el grupo tras breves escaramuzas. Conducidos hasta Málaga, los liberales serán pasados por las armas, sin juicio alguno, en una de las playas de la ciudad el 11 de diciembre de aquel mismo año.
Eso es lo que nos narra Gisbert en este cuadro: el acto final de esta tragedia tan propia de nuestro siglo XIX: el fusilamiento masivo de unos sesenta liberales, de los cuales vemos en la escena un reducido grupo, formado por dieciséis personas. Cinco de ellas han sido ya ejecutadas (sí, son cinco, aunque del quinto sólo alcanzamos a ver una mano exangüe) y otros once se disponen a enfrentarse a la muerte, mientras algunos frailes les leen la Biblia o les vendan los ojos. Encontramos las típicas muestras de abatimiento (fijaos en el personaje arrodillado en el extremo izquierdo), de enorme tristeza (el personaje algo más a la derecha con la mirada perdida) o de despedida entre camaradas; incluso hallamos algún gesto que evoca la oración.
No obstante el pintor ha dispuesto la escena de forma que la fila de personajes que esperan la muerte se organiza en torno a una línea que avanza de izquierda a derecha hacia el espectador. Y en ese punto ha situado Gisbert al general Torrijos. No ocupa el centro del grupo, pero sí el vértice de la composición, de manera que nuestra mirada se sitúa en él, mientras la suya nos lo muestra sumido en profunda reflexión.
Sin embargo, no nos cabe duda de que Torrijos está tranquilo, porque aún alcanza a reconfortar a los dos compañeros que tiene a sus lados, asiéndoles las manos. Cómo no sentirnos conmovidos ante estos tres individuos vestidos a la moda romántica, con largas levitas, cuya elegancia y cuyo silencio dominan por completo la escena, contagiando de dignidad a sus compañeros. Hasta el piquete de ejecución que aparece a sus espaldas parece coincidir en la solemnidad del momento y figura alineado en perfecta formación.
Sin embargo, no nos cabe duda de que Torrijos está tranquilo, porque aún alcanza a reconfortar a los dos compañeros que tiene a sus lados, asiéndoles las manos. Cómo no sentirnos conmovidos ante estos tres individuos vestidos a la moda romántica, con largas levitas, cuya elegancia y cuyo silencio dominan por completo la escena, contagiando de dignidad a sus compañeros. Hasta el piquete de ejecución que aparece a sus espaldas parece coincidir en la solemnidad del momento y figura alineado en perfecta formación.
Imagen izquierda: detalle del cuadro. El personaje de la derecha es el general Torrijos.
Gisbert ha completado la escena mostrándonos un paisaje que parece estar acorde no solo con la estación del año sino con la gravedad de la situación: las olas, el día nublado y los montes de Málaga que cierran el fondo de la composición. Quizás pueda concluirse que hay algo de académico en esta obra y es verdad que en ella falta la increible maestría del Goya de los fusilamientos. Pero en todo caso, advertimos aquí la capacidad del pintor (quien militó también en las filas liberales) para presentarnos dos temas a la vez. El primero de ellos es de carácter político: la defensa de la libertad, como ya había hecho años antes el poeta Espronceda cuando compuso el soneto dedicado a Torrijos y sus compañeros, cuyo primer terceto afirma:
"Españoles, llorad; mas vuestro llanto
lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores..."
sangre que ahogue a siervos y opresores..."
Pero hay otro tema más en este cuadro de Gisbert: la dignidad, incluso ante la inmediatez de la muerte. Reflexionaba yo sobre esto el otro día, cuando paseaba por la Plaza de la Merced de Málaga, en la cual un obelisco conmemora este fragmento de nuestra historia. Uno de los textos que figuran al pie del monumeto afirma: "el mártir que transmite su memoria no muere, sube al templo de la gloria". Pues eso, la dignidad.
En la Web del Museo del Prado podéis descargaros una copia de este cuadro, en alta resolución. Visitad también la página de la Asociación histórico-cultural "Torrijos por la libertad", en la que se narran los hechos aquí reseñados.
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